Vaciar, vaciar, vaciar. Eso es lo que sucede cada que me siento a escribir. Eso es lo que más necesito en estos momentos. Sentarme a escribir.
Sentarme porque quiero escribir.
Sentarme porque debo escribir.
Sentarme porque tengo que escribir.
—Estás bien —me digo hacia mis adentros. Estoy bien porque sé que no estoy mal, porque recuerdo la última vez que lo estuve y se siente tan lejano como si fuera otra vida, otro espacio, otra versión de mi.
—Estoy bien porque no estoy mal —me digo hacia mis adentros.
Y observo mi propio pensamiento. Trato de generar algún tipo de conexión entre los sueños que he tenido últimamente y estos días que he estado viviendo en la casa donde crecí. Esta cotidianidad que ahora me resulta tan ajena. De la que siempre quise escapar.
Hoy desperté sonriendo. Lo sé, porque es el primer día que no despierto angustiada. Sentí la sonrisa en mi rostro como si alguien me la hubiera puesto. Pase un buen rato tratando de aferrarme a ese sentimiento de felicidad, queriendo recordar lo que sucedía mientras dormía —¿Qué habré estado soñando? Me mata la curiosidad por saber si en alguien ¿Podrá ponerme alguien tan contenta? —reflexiono mientras trato de forzar la sonrisa en mi rostro.
He iniciado todas mis días tratando de recordar mis sueños. Se me va la mañana queriendo volver a la oscuridad del día anterior. Por más que lo intento. La luz de mi cuarto entra puntual, sin siquiera preguntarme si he descansado.
Y no lo he hecho, menos mal que no ha tenido el atrevimiento de constatar que llegó sin ser llamada. Sin siquiera ser deseada. Y supongo que así llegan muchas cosas a nuestra vida, todos los días.
Y estos últimos días me he preguntado —¿Para qué? ¿Para qué? ¿Para qué? ¿Como me suma esta situación? esto está sucediendo de esta manera por mi bien ¿Cómo así?
Y entonces me he dado a la tarea, a la única tarea de sentarme a escribir para poder dejar constancia, que estoy siendo paciente. Paciente a la espera de los días que vuelven a sentirse ligeros, o qué sé yo, diferentes, a estos últimos.
Que no me mal entiendan, he tenido los mejores momentos de mi vida en estos últimos días, tan surreales. Como el sábado que fui a misa de mi abuela fallecida, era su aniversario de muerta, me parece curioso el esmero con que los vivos quieren rendirle tributo a alguien que ya no está.
Como si fuera el mejor momento para hacerlo. Para hacerle saber que le piensas. Que te importa. Que le quieres. Porque en vida no pudiste hacerlo. Eso si, es el único tiempo que puedes hacerlo. Porque el pasado, en el pasado está.
Entonces fui a la iglesia a la que crecí yendo con mis padres, antes del divorcio y todo lo que vino después, estaba emocionada, entiéndanme, emocionada de verdad, por ver cómo se vería por dentro, por si seguiría pareciéndome igual de grande, por si ahora le encontraría algún sentido a tanto rezo.
A media misa, llegó mi papá y se sentó alado mío, del otro lado, mi mamá. Pueden creer que pasaron 20 años para que ese mismo suceso sucediera. Veinte. Imagina que tomaste café hoy en la mañana y lo volverás a tomar en veinte años. Imagina que ya pasaron los años y una mañana te despiertas y vuelves a probarlo.
Ese sentimiento tan inexplicable es por lo que digo que he tenido de los mejores momentos de mi vida, estos últimos días.
Recordar aquella infancia donde me sentía tan segura alado de mis padres, porque eran lo más grande que tenía y lo sabía. De pequeña lo supe, lo que pasa es que se me olvidó, pero he vuelto a recordarlo.
Después de misa, acompañamos a mi papá al Sanatorio porque tenía paciente (mis padres son médicos), ver a mi papá de doctor y no de papá me hizo sentirme tan orgullosa de él, como cuando niña. Luego fuimos a la calle primera de Ensenada, la más concurrida para tomar algo, nos estacionamos y fuimos en busca de pan y café, estaba oscuro y hacía frío porque aquí el sol ha decidido meterse temprano.
Caminamos, y a falta de pan terminamos comiéndonos unos churros con cajeta. Tomándonos un café y existiendo con calma. Fue el mejor sábado de mi vida. Imagínate que además de café, te traen tu pan favorito. Así de indescriptible fue esa tarde noche para mi.
Ahora que lo escribo me doy cuenta de cuanta felicidad puede haber lejos de una pantalla, sin necesidad de grandes lujos, ni mucha novedad.
Quisiera que todo mundo se sentara a escribir. Terminas aliviado. En mi caso, termino queriendo escribir más. Pero tengo que irme. No soy tan dueña de mi tiempo estando en mi casa de la infancia. Porque vuelvo a ser hija en la misma ciudad que mis padres y tengo que cumplir con el papel.
A España me voy a finales de mes, que voy con un único rol, el de escritora. El que me llena de vida. El que he soñado desde niña. No puedo creer el privilegio en el que he crecido. No me va a alcanzar la vida para agradecerle a mis padres.
Y a ti. Que me lees. Ojalá también te des el tiempo de sentarte a escribir. Te deseo esa felicidad, esa dicha, esa tranquilidad, esa paz que llega puntual.
Con amor,
Jazmin
Parece que el lugar donde se vuelven a reunir los padres uno a la derecha y otro a la izquierda es ahí, en la iglesia, el confort y apapacho más grande que no había sentido desde niña, ese sentirse cuidada y respaldada.
pude ver perfectamente en mi mente la calle primera y el churro de cajeta, que belleza de sábado.